Artículo extraído de la publicación anarquista Todo Por Hacer, número 17 de Junio de 2012.
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En marzo de 2011, un compañero del autor del texto que reproducimos a continuación cayó desde lo alto de su camión, perdiendo la vida prácticamente en el acto al golpear su cabeza contra el suelo. Tras las declaraciones previas al juicio que se celebró, el autor y sus compañeros/as fueron visitados/as por la abogada de la empresa para ver cómo son las pautas de trabajo de su puesto. Siguen buscando responsables, sin entender que la responsabilidad cae enteramente sobre aquello que ellos/as se encargan de defender. Las muertes en el trabajo o a causa del mismo no se acabarán con unas medidas de “seguridad”, pues el trabajo es sinónimo de muerte, y para que esto deje de darse habría que acabar con el trabajo asalariado y con el capitalismo. Quizá el juicio debería ser contra ellos/as, pues son los que están presentes en todas y cada una de las muertes laborales.
Ahora llegan las preguntas, tras obtener las respuestas. Una estructura lógica impondría que las respuestas deben ser las que aparezcan tras las cuestiones y, aunque parezca una tontería más de la teoría alejada, es un asunto esencial en el cómo funcionamos y quiénes marcan los ritmos. Perdonadme si esta escritura se convierte en algo difícil de descifrar, pero el momento es tan sencillo de entender que se hace tan complejo de explicar. Sin embargo se me hace necesario escribir porque sé que más allá de estas palabras el sentimiento es común y la comprensión llegará no gracias a las palabras, sino a pesar de ellas.
Hoy, de nuevo, ha vuelto a fallecer un trabajador, un compañero, en la fábrica. Me acabo de enterar hace apenas 45 minutos y todo han sido preguntas desde entonces, de ahí que esta escritura sea difícil. Para mí, no por atento, ni por estar dotado de una inteligencia superior, sino por pertenecer a esa clase de personas que han nacido para sufrir (entiéndase movimiento obrero, trabajadores, proletarios, pobres) estas preguntas no son nuevas, sino que son la reafirmación de que las cosas no se hacen como esa estructura lógica a la que antes hacía referencia dictaría que se hicieran. Y no digo que las cosas no se hacen como se tienen que hacer porque eso es mentira, pues para la otra clase, para el capital, para los números, para esas personas que han nacido en el otro bando (sí, es políticamente incorrecto recordar que esto está dividido, pero no son esas dos Españas que nos venden los dividendos de dicha división) las cosas sí que se hacen como se tienen que hacer. En esta batalla del mundo laboral, dividido como digo en dos bandos, me gustaría saber cuántos han caído del mío y cuántos del de ellos. No me hablen de igualdad de oportunidades y que si ese hombre que se ha caído desde lo alto de su camión también podría haber llegado a ser no sé qué otra cosa que alguien (tampoco sé quién) le hubiese dejado ser. Lo primero, de siempre, ha sido comer y llevarlo con la mayor dignidad posible. Y si alguno que antes estuvo a mi lado, ahora ha llegado a estar en el otro, pues ya sabe lo que hay: está en el otro. Porque ese otro bando necesita que esté el mío, que no exista esa supuesta igualdad con la que se llenan la boca, para poder seguir manteniendo su estatus. Ahora se me viene a la cabeza que quizá deberíamos preguntarnos quiénes, en su inmanencia, son más pobres, pues la clase de gente a la que pertenezco no necesitamos a la suya para nada y, sin embargo, me gustaría saber de qué son capaces en el otro bando sin mis compañeras y yo.
Desde hace una hora ya, aparecen antiguas conversaciones, peticiones, preguntas, datos que surgen en cada uno de los puestos de trabajo. Y la pregunta primera que me golpea es ¿cuántos camiones sois capaces de llenar a la hora? Mira, “amigo”, mis cojones son capaces de no llenar ni uno a la hora. De momento sé eso, lo mínimo que puedo llenar, y lo mismo hay un día en que nos da por no llenar ni uno más. Se nos dice que no corramos… claro, cuando la cosa está tranquila. Cuando hay una fila esperando, ¡ahí me gustaría verte a ti! Qué curioso que nunca estás para decirme que no corra cuando hay otro amiguito tuyo diciéndome que por qué hay tantos esperando. ¿Que denunciemos? Claro, para que nos juzgue otro que pertenece al mismo bando que tú y tu amiguito. Porque las reglas del juego las habéis hecho vosotras y porque mis compañeras siempre quedaron fuera de esas reglas.
Se nos dice que no corramos, pero ese camionero posiblemente no quería correr, lo que querría sería estar en su casa, junto a su compañera, junto a su hijo o su hija, verlas aunque fuese un día porque lleva seis días sin verlos y porque es viernes, está a 800 kilómetros de su casa y el domingo por la noche tiene que salir de nuevo de su casa para no volver hasta pasado de nuevo seis días, si podía claro. Pero no, no volverá.
Saben que sus “medidas de seguridad” no son cumplidas, que a la que se dan media vuelta desaparecen. Sus medidas son para sus papeles. La primera medida es no obligar a trabajar de la manera en que nos vemos obligadas a hacerlo.
Pienso también en mi compañero que estaba con ese otro que ha caído. Se me pasan a mi siete mil imágenes por la cabeza, sin haber estado… no quiero ni pensar en cómo estará él. Y encima él será primer responsable de esa caída. Él, una persona obligada a trabajar hasta que hayamos cumplido la condena, una persona con más de treinta y cinco años trabajando sin parar, una persona cansada, a la que se le exige ser hábil, estar preparado, no agotarse… un robot. Y él, os puedo asegurar que en lo básico se parece mucho a mi: no quiere estar allí, cuando entra a trabajar lo único que está deseando es que llegue la hora de salir de aquel agujero.
¿Se podría haber evitado la caída? Pues sí, claro, pero no sólo porque se hubiese puesto los epi´s correspondientes, no porque se hubiese atado el arnés. Ya os digo, que nos dejen en paz, que no pongan un reloj a nuestras vidas, que no pongan números que marquen los ritmos, que no hagan preguntas “inocentes”… que nos dejen en paz.
Tengo rabia, tristeza y un llanto interior sin aún saber siquiera si conocía al compañero que hoy cayó, si habíamos coincidido alguna vez en el tajo, pero es que por mi mente no han parado de pasar los rostros de todos esos compañeros con los que sí he coincidido, y me da igual que lo hiciera o que no, que no sea capaz de ponerle cara nunca, porque nos están matando a todos, unos tras otros, de manera lenta y cruel y desde hace mucho tiempo, demasiado ya. Hay compañeros que han pasado por ahí y he pensado que vaya cabrones, pues también han pasado por mi mente como compañeros, como mi familia durante las horas que estamos en aquel infierno. Y nos llaman afortunados.
Y todo este tinglado en el que habéis convertido el mundo, ¿para qué? Aún tenéis la poca vergüenza de vendernos la historia como progreso positivo, como avance. Está cambiando el estadio, pero el partido sigue siendo el mismo y perdemos por goleada, pues aún no nos enteramos ni siquiera de que el partido hace mucho que comenzó.
No espero nada de vosotros, no espero que bajéis la edad de jubilación, no espero que no forcéis a mis compañeras que llevan 40 años en el mismo puesto de trabajo y con los huesos ya diciendo basta a que sigan destrozando sus vidas, no espero que me perdonéis la mía, no espero que me la regaléis (como nosotras hacemos con la vuestra). Encima parece que tenemos que pediros que nos dejéis ser exterminados, que por favor nos marquéis los goles, que nosotras nos dejamos perder. Pues no, no espero nada de vosotros, desgraciados. Lo espero de mis compañeros, de aquellos que cuando miro a mi lado están ahí. Que no queremos ganar ningún partido, que cogemos el balón, que encima lo hemos traído de nuestra casa, y nos lo llevamos. Aquí no se juega más. Aún hay compañeros a los que habéis hecho pensar que soy un vago cuando digo que no quiero jugar el partido. Y yo lo único que quiero es que cuando vaya a trabajar mi madre me vea contento, que todos los años me ve triste cuando llega la época del trabajo, y que cuando voy no sea un alivio la hora de la vuelta. Que mi madre no tenga que decirme que tenga “cuidaito”, que no esté esperando a que salga del trabajo para saber que he salido, hasta que se le olvide este último accidente y se acerque el siguiente.
Y encima, somos nosotras los culpables, tenemos que sentirnos así, porque vuestra moral nos ha obligado a ello. “Es culpa de todos”, decís. Mira, yo seré culpable de muchas cosas, pero de otras soy consecuencia, no causa… Todo esto no puede cambiar simplemente cambiando de campo, de porterías, o de camisetas. El sistema tiene que ser destruido, y cuando hablo de sistema hablo de elementos que se relacionan entre sí y esas relaciones que se dan entre los mismos. Nos preocupamos por intentar “apagar el fuego”, en lugar de irnos a un monte cercano, y disfrutar del bello espectáculo del fuego. Y reírnos. Mirar al frente y ver cómo todo arde; mirar a nuestros lados y ver a nuestros compañeros. Y reírnos. Bello espectáculo.
Y en fin, que la vida, en todas sus vertientes, vuelve a poner en duda si las soluciones que buscamos y/o pedimos tienen que ver con alguna pregunta. Identifiquemos primero los problemas, hagámonos primero las preguntas para poder buscar después las respuestas. Y cuando llego a casa, me asomo a la ventana y digo “y todo esto, ¿para qué?”.